martes, 27 de noviembre de 2007

EL LOCO ESPECHE VII

Presentamos la última parte del Loco Espeche en la que podremos ahondar un poco en lo que fue esta singular persona, en la intimidad de su alma, en la magnitud de su desenvolvimiento interior hasta hace poco velados para todos nosotros los que pudimos conocerlo aunque más no sea de lejos. Sí, este personaje tenía algo consigo que lo convertía en tal, algo de peso, algo inigualablemente valioso que lo transformaba en una persona destacable y ejemplar.


VII. LA PROFUNDIDAD Y DOLOR DE SU ALMA

Estos detalles y anécdotas, pero en forma más sintética, le comentaba a mi médico aquél viernes 17 de agosto en el Hospital San Juan Bautista. Conforme lo ponía al tanto de quién había sido el Loco Espeche con estas anécdotas y peripecias, lo seguíamos observando -si el lector lo recuerda, El Loco en ese momento estaba dentro del bar del Hospital pidiendo unas monedas a las personas que allí estaban sentadas.

Cuando Espeche recorrió todas las mesas con su gran pulóver y gorro de lana, con un cuidado muy especial –pues pasaba casi desapercibido como una sombra- se dirigió hacia la barra y comenzó una nueva charla con el encargado pero esta vez Espeche se puso, además, a contar las monedas que había juntado más otras pocas que tenía en el bolsillo y las puso en la barra; el encargado entonces le dio una respuesta a la que Espeche accedió; luego de un par de palabras una chica, por indicación del encargado, cortó unas rebanadas de fiambre y las envolvió en papel junto a un poco de pan francés a los que puso en una bolsita plástica. Espeche recibió esta bolsita, dio las gracias y con el paso calmo y tranquilo se dirigió a la salida del bar.

Una vez fuera del bar se disponía a seguir camino hacia Urgencias –si recordamos, era de donde había llegado-, pero en ese momento, lleno de alegría al reconocerlo y verlo una vez más, le salí al paso, y tocándole el hombro le dije:

— Disculpe…
Espeche se dio vuelta y detuvo amigablemente su marcha.
— ¿Usted es Espeche? –le pregunté.
Con una mirada profundamente triste, como la de quien carga una preocupación muy grande, me respondió:
— Sí, doctor…, Ramón Espeche; para servirle…(seguramente, al verme junto a un médico, pensó que yo también lo era)
— Mucho gusto –nos decimos mientras nos damos la mano.
En ese momento tan contento estaba que prácticamente quedé sin habla. Hago un esfuerzo para hacerle manifiesta mi alegría de verlo nuevamente, pero al verlo tan triste y preocupado mi lengua se trabó y con cierta torpeza le dije:
— A usted lo conozco… ¿Vino a comprar un sándwich?
— Sí, doctor –me dice, soltando la mano a la vez- vine a buscar algo porque tengo un pariente enfermo…
Espeche, movido siempre por su preocupación comienza a caminar para retirarse…
— Disculpe, doctor, me tengo que ir…
— Sí –le digo-; vaya usted; que ande bien; si necesita algo…
— Gracias… -me dice, y volviéndose sigue camino hacia Urgencias.

Estas últimas palabras me las dice con una mirada esquiva y un dolor marcado; lógicamente ya su atención no estaba ahí conmigo sino en la persona por la que velaba. Ese fue el último instante que lo ví.

A los pocos días el familiar de Espeche fallece en Terapia Intensiva. Espeche profundamente dolido no puede soportar la pérdida de esa persona tan querida y muere de tristeza a los cuatro o cinco días encerrado en su casa. Al parecer no probaba bocado desde entonces, postrado por las penas. Pudo resignarse a no dirigir más el tránsito pero tanto quería a esta persona que el dolor lo rebasó y la muerte de su familiar se lo llevó con él ¡cuánto lo habrá querido entonces!

Pudimos enterarnos luego que este familiar fue un joven que Espeche había sacado del Hogar Tutelar y que lo crió como a un hijo.

Ramón Espeche fue un gran hombre cuyo ejemplo traspasa fronteras de distancias y de tiempos. El Loco Espeche fue un hombre de bien cuyo recuerdo queda imborrable en nuestras mentes; es un digno ejemplo, sobre todo para los más jóvenes y adolescentes, de rectitud, honestidad, pasión y humildad: virtudes tan concisas que ha marcado una época y que a pesar de todo, de ser tan conocido popularmente, hay un amplio grado de desconocimiento sobre su personalidad y su vida, a la que sería muy importante conocer. Con esta carta hemos querido hacer un pequeño aporte para ello.

Pienso que como sociedad estamos en deuda porque ante tanta simpatía y aprecio general no hemos actuado consecuentemente. El darnos cuenta y expresarlo es un primer paso y de ahí sigue el reconocimiento.

Muy justo y urgente sería también el reconocimiento oficial hacia Ramón “El Loco” Espeche.



Eduardo Javier Argañaraz

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