lunes, 19 de noviembre de 2007

EL LOCO ESPECHE IV

IV. QUIÉN ERA EL LOCO ESPECHE

Hacia mediados de la década de los ´80, en aquella época de cuando íbamos a la primaria, eran otros tiempos, otras dinámicas, otra cosa… Para los que habíamos nacido a mediados de los ´70, comenzaba la democracia, los partidos políticos eran algo nuevo y había muchas esperanzas puestas; se respiraba un aire renovado.

Cuando los alumnos de la primaria salíamos de la escuela a la tarde para regresar a las casas, al pasar por calle República frente a la plaza 25 de Mayo coincidíamos con el horario del arriamiento de la bandera, y el trompeta cuando comenzaba con el “toque de bandera”, todo el mundo, salvo unos cuantos, deteníamos la marcha o conversación y dábamos frente al mástil esperando en silencio que la bandera argentina fuese arriada. Los pocos que seguían caminando lo hacían en silencio al igual que los que iban en vehículos disminuían la marcha si es que no se detenían del todo.

Al mediodía, al igual que hoy, el tránsito vehicular era un caos y más si tenemos en cuenta que no había muchos semáforos y el orden estaba muchas veces librada a la buena de Dios pues los conductores tozudamente persistían en hacer la vista gorda a las leyes de tránsito; el bocinazo estaba de moda lo que servía a su vez de antesala para bajarse a “discutir” a golpes de puño y patadas; no existía el “Paseo de la Fe”; las peatonales de la Rivadavia funcionaban como tales sólo a la mañana y a la tarde; el gentío que salía del trabajo…

Pero en medio de todo ese smog de bocinazos, humos, gritos y rugir de motores de conductores nerviosos surgía un grito más fuerte, más contundente que esos gritos tímidos; un silbido más recio y más estridente que cualquier bocinazo o que todo eso junto: era el Loco Espeche que aparecía como por arte de magia en los lugares clave donde había más entrevero y podía producirse un embotellamiento o simplemente cuando el tránsito no era grande y la vista estaba despejada, ya desde una cuadra o cuadra y media venía haciendo sonar el silbato a todo lo que daba a alguno parado en doble fila, que eran su especialidad; y si esto no convencía al infractor o “no lo había escuchado”, además de los silbatazos y gritos emprendía veloz carrera para pillarlo con las manos en la masa. Generalmente, el infractor que le hacía frente era aquél que no le reconocía autoridad y pretendía estar a sus anchas con la soberbia y orgullo puestos en escudo para intentar retrucar las órdenes de Espeche o, en los casos más bajos, para simplemente reírse de él.

A Espeche esto no le importaba, la tozudez e inadaptación social de cierta gente (reflejado en el tránsito) eran para él un quebrantamiento de las reglas y nadie tenía “coronita”.

Ya cuando El Loco había hecho la cuadra, cuadra y media corriendo ¡pobre de aquél que persistía fanfarronamente! Espeche en el trayecto iba preparando su libreta, y sin más ni más llegaba rápidamente hacia el obstinado conductor y anotaba el número de patente con un apuro y energía destacables y luego, sin respiro alguno, iba hacia la ventanilla para gritarle una serie de apóstrofes e insultos con encendida cólera hasta que el infractor se fuera.

Justamente, los que no se movían y no reconocían autoridad alguna en Espeche (pues el orgullo es un recurso falaz) eran pescados por los “zorros” (grises hoy día, marrones en esos tiempos). Tal era el alboroto armado que si alguno andaba cerca venía en su ayuda.

Ahí estaba el punto de conflicto; Espeche por propia voluntad e imaginación pretendía ser agente de tránsito sin haber sido nombrado, pero él en su sueño era realmente un agente y cumplía horarios; era un trabajador incansable e incorruptible. Al no estar nombrado entonces no recibía salario alguno pero se decía que sus compañeros de la Municipalidad le obsequiaban presentes o comida que él consideraba suficientes para su manutención. Así como era su pasión por su trabajo eran su humildad y su sencillez.

En su accionar iba de frente con total seriedad, sin rodeos ni palabras suaves pues aquél hombre era como una voluntad férrea que quería estar presente en todos lugares al mismo tiempo para que no se le pasara nada por alto; su atención era veloz como un rayo y parecía tener ojos en la nuca porque mientras tomaba nota de una matrícula ya estaba divisando a dos tres pícaros en la esquina opuesta y salía disparando con el pito a la bulla para advertirles a la distancia y corría de aquí para allá incansablemente.

Si bien las multas que Espeche anotaba en su libreta no tenían valor como Acta de Infracción su sola presencia era más pavorosa que un Acta verdadera, su rostro severo y su ojo tuerto achicharraban al más valiente que estuviera solo y cuando comenzaba a gritar porque se le hubiera acabado la paciencia parecía un trueno y ese trueno caía de frente mirando a los ojos, largando rayos de a miles y no retrocedía ni se amilanaba ante nadie pues Espeche se fundaba en su autoridad la que pretendía hacer acatar al instante sin preámbulos ni demoras y no había excusa que aplacara su ímpetu; esto a la larga lo iría a perjudicar al ir cosechando enemigos debido tal vez al odio generado por los orgullos heridos y más cuando estos infractores reincidían obstinadamente: así como eran constantes en no cumplir las normas de tránsito, con mayor constancia caía nuestro agente sobre ellos todos los días.

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