miércoles, 14 de noviembre de 2007

EL LOCO ESPECHE III

La carta completa sobre El Loco Espeche fue publicada por el diario El Ancasti dividida en tres partes los días 11, 12 y 13 de noviembre del 2.007; aquí ponemos a disposición el 3º capítulo (son 7 en total):
III. INCERTIDUMBRE Y DESCUBRIMIENTO

En se momento llega mi médico a quien estaba esperando. Lo saludo y le comento el motivo de mi consulta. Si bien mis palabras estaban dirigidas hacia él, mi atención no se había despegado un segundo de aquella persona que en ese momento pedía mesa por mesa unas monedas. Justamente, cuando lo veía ingresar al bar empujando el portal de vidrio, su rostro y su mirada me traían remembranzas de alguien, pero ese gorro de lana que le tapaba la mitad del rostro me impedía identificarlo rápidamente. Por el contrario, la certeza de conocerlo crecía más y más cuando lo miraba a los ojos, pues en los ojos está el sello de la persona, su historial, su esencia. El rostro o la contextura física sufren con el tiempo grandes cambios y guiándonos solamente de ello no basta para identificar a alguien que hace diez o veinte años no vemos.
Su aspecto, desde un primer momento, no decía nada relevante: era una persona como cualquier otra, pero su ojo izquierdo –el que tenía destapado-, su mirada, me decía todo: era alguien importante, de mucha significancia. Lo tenía que descubrir.
Así, con esa gran incógnita, con ese peso arrollador de la necesidad de saber quién es, traspuso la puerta del bar, como vimos, siendo vigilado por mi curiosidad y atención constante.
Cuando este hombre comienza a pedir entre las mesas el gorro se le corrió un poquito de lugar y se podía ver, aunque muy poco, que ese ojo tapado lo tenía maltrecho y de seguro era tuerto pues el párpado lo tenía caído y no llegaba a distinguirse su pupila; y así, todo el costado derecho de su rostro también estaba como caído, efecto que favorecía su languidez, pero que eficazmente el gorro obstruye su observación.
Este detalle importante de su ojo tuerto me permitió escudriñar aún más en mis recuerdos y estar casi seguro de quién era esa persona. Pero como aún me mantenía en la duda, vinieron otros detalles igual de importantes en mi ayuda. Estos detalles eran la forma de conducirse, la forma de dirigirse hacia las personas, y el carácter vehemente de su porte, carácter que contrastaba con su actitud sumisa, educada y humilde.
De pronto se hizo la luz en mi mente y desapareció la duda. Supe quién era. La tranquilidad y alegría sobrevino a mi espíritu pues era una persona querida, muy estimada y hace años no sabía de él. Ahora estaba ahí, a unos metros…
Con esa alegría que trajo la luz del recuerdo y con una sonrisa de oreja a oreja le pregunto a mi médico, interrumpiéndolo y tuteándolo pues es de mi confianza:
— Mirá –señalándole al hombre-, ¿aquél no es “El Loco” Espeche?
El médico lo mira unos segundos y luego me pregunta, en vez de responderme:
— ¿Quién es “El Loco” Espeche?
— ¿Cómo? ¿No lo conocés…?
— El agente de tránsito…, el que trabajaba mañana y tarde… y veíamos al salir de la escuela y andaba con el silbato a la bulla…
— No, la verdad que no…
En ese momento, totalmente sorprendido, me di cuenta de que mi médico de cabecera es joven y mucho más chico que yo y por lo visto no llegó a conocerlo.
— Ah, claro –le dije-, eras muy chico…

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