VI. ESPECHE DEJA DE DIRIGIR EL TRÁNSITO
De un día para el otro El Loco Espeche desapareció de la ciudad, no se lo vio más. Sus silbatazos y gritos de contención y de orden dejaron de escucharse.
La ciudad quedó incompleta; faltaba algo. Las calles quedaron acéfalas, sin vida. Lo desabrido predominó entonces ganando terreno. Lo insulso se instaló definitivamente. Espeche desapareció de escena y quedó ese vacío que aún persiste.
Con el tiempo se corrió el rumor de que nuestro agente fue agredido por un infractor siendo golpeado brutalmente de tal manera que el Loco dejó para siempre su oficio, pero en esta versión –hubo varias- había algo que no cerraba, era inverosímil, puesto que un solo hombre no habría sido suficiente para hacerle frente a Espeche. Otra versión, que se dijo luego, indicaba que fue patoteado por un grupo de desconocidos que iban en auto; al ser multados por el Loco Espeche se bajaron enfurecidos y simplemente, por diversión, le pegaron hasta dejarlo en el piso. Una tercera versión nos decía que el Loco Espeche había sido patoteado por foráneos, y que esta patota había sido traída de otra provincia contratada por un funcionario de turno que quería vengarse por haber sido tratado de mala manera por el Loco –para Espeche nadie tenía coronita-. Además de haber sido golpeado fuertemente por esta patota mandada, lo amenazaron de muerte por si lo veían de nuevo en la calle trabajando de agente de tránsito.
Esta versión, la más creíble, nos indica porqué Espeche no dirigió nunca más el tránsito. Como era una persona muy inteligente, luego de recibir esta amenaza, no lo pensó dos veces y desapareció de las calles, pues la Justicia no vendría en su ayuda o, al menos, no lo haría a tiempo y desde ese entonces no se supo de él ni se lo vio por mucho tiempo.
Al cabo de unos años, los suficientes como para estar seguro de no ser patoteado de nuevo, aparecía esporádicamente aquí y allá pero ya sin el silbato y sin la mirada férrea de otrora pues la severidad solamente la desempeñó como agente, destacándose por su amabilidad en el trato con la gente.
Sin su oficio de corazón, sin su trabajo, ya no era el mismo en cuanto a lo anímico. Era una persona que ahora caminaba con la mirada baja pasando casi desapercibido. Su sueño, su pasión, le habían sido negadas por la violencia y la extorsión, y por lo tanto la energía, el vigor y su velocidad de acción que antes lo distinguían ya no eran visibles externamente, y se lo reconocía –si de casualidad se lo cruzaba- mas bien por su estatura y su ojo tuerto.
Así es como pasó de la fama al anonimato, favorecido esto último por su condición humilde.
Ya sin poder ejercer su vocación tuvo que vivir de changas y con la colaboración de sus vecinos y amigos a los que siempre respondía agradecido. Conforme pasaba el tiempo, unos veinte años, la gente seguía preguntándose de él, prácticamente no se lo veía; así lo reflejaban los llamados telefónicos a los diarios y radios, las conversaciones familiares o entre amigos…
La penúltima vez que lo vi fue en el 2000 más o menos; lo pude distinguir a duras penas desde la ventanilla de un colectivo mientras pasaba por el Mercado de Abasto Municipal.
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