viernes, 15 de diciembre de 2006

EL FENOMENO

En la costanera que bordea el río Suquía, en la ciudad de Córdoba, todas las noches de los domingos se agolpa gran cantidad de jóvenes y adolescentes en un local bailable llamado “La Jungla”, yendo a contrastar de esta manera con los demás boliches, pubs o lugares de fiesta pues los domingos sufren estos locales una merma considerable del público asistente. En La Jungla no sucede así: la gran cantidad de motos y autos estacionados más los chicos esperando en grandes grupos en la entrada lo demuestran.
Todo Córdoba es quietud y calma un domingo a la noche (más allá de grupos aislados que continúan la jarana), día en que todo el mundo se prepara para el trabajoso día lunes, el más perezoso de la semana.
En La Jungla parece no seguirse esta consigna.
El espectáculo es un recital en vivo desde la 1 hasta las 5 de la mañana.
Desde antes de las 12 la gente (en su mayoría adolescentes), deseosa de escuchar a su ídolo, comienza a apiñarse en la entrada y en la vereda de enfrente haciendo tiempo hasta que sea la hora.
Una vez empezado el espectáculo, gran parte del público se encuentra todavía en la entrada esperando que se haga más tarde. Si viésemos en ese momento la pista que hay delante del escenario diríamos: “¡Hay poca gente!”; pero pronto nos daríamos cuenta que es un error de apreciación porque llegada las 3 de la mañana no habrá lugar para una persona más, ni siquiera con sopapa: tal es el grado de asistencia.
Me dijeron que el grupo que se presenta tiene muy buena onda y que a pesar de ser cuartetero el cantante canta muy bien; “el chico tiene chispa”, “te lleva”… Ese chico es el cantante. A la música la hacen ellos, es una banda con doce músicos; “tienen un toque excepcional”, me seguían comentando. Algo más: el cantante es catamarqueño como gran parte de sus músicos.
Todas esas cosas comentábanme los cordobeses sabiéndome catamarqueño. “Es de tus pagos”.
Curiosidad de por medio me embarqué a La Jungla con gran expectativa de ver a mi comprovinciano en suelo cordobés. El criterio que utilizan es simple y conciso: El cantante y su grupo canta en un solo lugar por noche, cuatro horas con intermedios de diez-quince minutos por cada hora.
Al comenzar la segunda parte, a las 2 de la mañana, la gente entra en mayor caudal y todos disputan su lugar preferencial para apreciar lo mejor posible el espectáculo.
Ahí lo vemos al catamarqueño y sus músicos ocupando todo el escenario. El borde del mismo está contenido por una valla de unos grandotes musculosos para impedir que el público (mujeres principalmente) se desbande encima del escenario, como ocurrió cierta vez, según me comentaron: tal es el ascendiente de este chico al micrófono sobre sus pares que los lleva a rayar de alegría y entusiasmo. Aún así, los fisicudos dejan subir de tanto en tanto alguna chica para que baile y esté junto a su ídolo. Algunas, debido a su timidez, estarán unos segundos; otras, más corajudas, se quedarán varios minutos, debiendo los fisicudos hacerle señas para que se vaya y deje lugar a las que impacientes esperan…Y ahí está: el cantante las hace dar unas vueltitas y bailar mientras canta; las hace participar de su show.
Yo, que soy más tronco y duro que un algarrobo para el baile, sin darme cuenta ya he comenzado a marcar el compás y a golpetear con mis manos la baranda sobre la que me hayo apoyado. Increíble.
La curiosidad me embarga y presto atención hasta el más insignificante detalle que me es posible apreciar para tratar de saber qué es “lo que tiene” este músico.
Es un poco duro para moverse pero lo hace con tanta pureza e insistencia que no desmaya un segundo. El movimiento no decae. Esa pureza y energía hace que se torne interesante pues lo hace espontáneamente y eso gusta. Sus movimientos acompañan a sus canciones y al ritmo de la música. Esa música lleva y su voz llena de ímpetu a todo quien escucha y es casi imposible, digamos, hacer oído sordo. La tristeza no tiene allí cabida pues este muchacho no la deja acercarse.
Canta muy afinado, animándose a enfrentar agudos y graves, y su entusiasmo no disminuye (tal vez, según me parece, lo que entorpece y perjudica su canto en La Jungla es el sonidista pues el volumen usado es excesivo, provocando una saturación de los timbres –es un error común de algunos “sonidistas” de poner el volumen al máximo para hacer alarde de su poderoso equipo pero lo único que consiguen es demostrar que no oyen-. Así, con el volumen alto para los instrumentos el cantante al no escucharse exige en demasía su voz perjudicando su color, afinación y posible deterioro de sus cuerdas vocales. Con un buen sonido el espectáculo rendiría al 100% ya que se podría cantar cómodamente).
En ciertos momentos, en que pareciera que va a cadenciar para concluir el tema (como es costumbre en otros grupos), hace en forma repentina un cambio de ritmo o de compás y lo que venía movido se torna pujante y brillante dándole un colorido increíble y, quiérase o no, la música nos empuja y ya no es posible estar indiferentes (si es que lo estuvo alguno hasta el momento).
Hay algo que me ha llamado poderosamente la atención y es el que los chicos que están delante del escenario están de frente hacia el mismo disfrutando de la música de su ídolo, sin bailar; como si disfrutasen en el verlo cantar; como si prestaran suma atención a la música. Cosa rara en una bailanta pues generalmente todos bailan haciendo poco caso del escenario.
Es claro: los chicos se sienten identificados con el “chico” que canta y que con su humildad característica los hace partícipes de su espectáculo. Entre ellos hay un diálogo, una comunicación, entre el público y Damián: este chico no es más ni menos que Damián Córdoba cantando junto a su banda, como ya lo habrán adivinado…
El diálogo y participación que hay entre Damián y el público es increíble y esto es gracias, en gran medida (además de su rapidez, su ingenio y simpatía), a la vista bien dotada que posee. En medio de la obscuridad, Damián puede descubrir los rostros más lejanos e interpretar al instante las señas que le hacen constantemente, y con su memoria prodigiosa identificará a los grupos, a los barrios allí presentes ondeando sus banderas o haciendo las señas respectivas; y con ese lenguaje de señas se comunicarán en lo que resta de la noche.
Damián Córdoba es un joven sano y activo. Con su grupo despliegan su arte con mucha dedicación y pasión, y me parece muy bueno que la juventud tome modelos límpidos y francos; es una alegría verlo triunfar.
Así, en sencillas líneas, quería hacer conocer lo que este catamarqueño viene logrando y haciendo en Córdoba. Este chico es un fenómeno y merece nuestras felicitaciones, por lo menos.
Desde aquí le auguramos éxitos en su emprendimiento.

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