martes, 27 de noviembre de 2007

EL LOCO ESPECHE VII

Presentamos la última parte del Loco Espeche en la que podremos ahondar un poco en lo que fue esta singular persona, en la intimidad de su alma, en la magnitud de su desenvolvimiento interior hasta hace poco velados para todos nosotros los que pudimos conocerlo aunque más no sea de lejos. Sí, este personaje tenía algo consigo que lo convertía en tal, algo de peso, algo inigualablemente valioso que lo transformaba en una persona destacable y ejemplar.


VII. LA PROFUNDIDAD Y DOLOR DE SU ALMA

Estos detalles y anécdotas, pero en forma más sintética, le comentaba a mi médico aquél viernes 17 de agosto en el Hospital San Juan Bautista. Conforme lo ponía al tanto de quién había sido el Loco Espeche con estas anécdotas y peripecias, lo seguíamos observando -si el lector lo recuerda, El Loco en ese momento estaba dentro del bar del Hospital pidiendo unas monedas a las personas que allí estaban sentadas.

Cuando Espeche recorrió todas las mesas con su gran pulóver y gorro de lana, con un cuidado muy especial –pues pasaba casi desapercibido como una sombra- se dirigió hacia la barra y comenzó una nueva charla con el encargado pero esta vez Espeche se puso, además, a contar las monedas que había juntado más otras pocas que tenía en el bolsillo y las puso en la barra; el encargado entonces le dio una respuesta a la que Espeche accedió; luego de un par de palabras una chica, por indicación del encargado, cortó unas rebanadas de fiambre y las envolvió en papel junto a un poco de pan francés a los que puso en una bolsita plástica. Espeche recibió esta bolsita, dio las gracias y con el paso calmo y tranquilo se dirigió a la salida del bar.

Una vez fuera del bar se disponía a seguir camino hacia Urgencias –si recordamos, era de donde había llegado-, pero en ese momento, lleno de alegría al reconocerlo y verlo una vez más, le salí al paso, y tocándole el hombro le dije:

— Disculpe…
Espeche se dio vuelta y detuvo amigablemente su marcha.
— ¿Usted es Espeche? –le pregunté.
Con una mirada profundamente triste, como la de quien carga una preocupación muy grande, me respondió:
— Sí, doctor…, Ramón Espeche; para servirle…(seguramente, al verme junto a un médico, pensó que yo también lo era)
— Mucho gusto –nos decimos mientras nos damos la mano.
En ese momento tan contento estaba que prácticamente quedé sin habla. Hago un esfuerzo para hacerle manifiesta mi alegría de verlo nuevamente, pero al verlo tan triste y preocupado mi lengua se trabó y con cierta torpeza le dije:
— A usted lo conozco… ¿Vino a comprar un sándwich?
— Sí, doctor –me dice, soltando la mano a la vez- vine a buscar algo porque tengo un pariente enfermo…
Espeche, movido siempre por su preocupación comienza a caminar para retirarse…
— Disculpe, doctor, me tengo que ir…
— Sí –le digo-; vaya usted; que ande bien; si necesita algo…
— Gracias… -me dice, y volviéndose sigue camino hacia Urgencias.

Estas últimas palabras me las dice con una mirada esquiva y un dolor marcado; lógicamente ya su atención no estaba ahí conmigo sino en la persona por la que velaba. Ese fue el último instante que lo ví.

A los pocos días el familiar de Espeche fallece en Terapia Intensiva. Espeche profundamente dolido no puede soportar la pérdida de esa persona tan querida y muere de tristeza a los cuatro o cinco días encerrado en su casa. Al parecer no probaba bocado desde entonces, postrado por las penas. Pudo resignarse a no dirigir más el tránsito pero tanto quería a esta persona que el dolor lo rebasó y la muerte de su familiar se lo llevó con él ¡cuánto lo habrá querido entonces!

Pudimos enterarnos luego que este familiar fue un joven que Espeche había sacado del Hogar Tutelar y que lo crió como a un hijo.

Ramón Espeche fue un gran hombre cuyo ejemplo traspasa fronteras de distancias y de tiempos. El Loco Espeche fue un hombre de bien cuyo recuerdo queda imborrable en nuestras mentes; es un digno ejemplo, sobre todo para los más jóvenes y adolescentes, de rectitud, honestidad, pasión y humildad: virtudes tan concisas que ha marcado una época y que a pesar de todo, de ser tan conocido popularmente, hay un amplio grado de desconocimiento sobre su personalidad y su vida, a la que sería muy importante conocer. Con esta carta hemos querido hacer un pequeño aporte para ello.

Pienso que como sociedad estamos en deuda porque ante tanta simpatía y aprecio general no hemos actuado consecuentemente. El darnos cuenta y expresarlo es un primer paso y de ahí sigue el reconocimiento.

Muy justo y urgente sería también el reconocimiento oficial hacia Ramón “El Loco” Espeche.



Eduardo Javier Argañaraz

domingo, 25 de noviembre de 2007

EL LOCO ESPECHE VI

Aquí la penúltima entrega del Loco Espeche, la que nos dice de aquél momento que Espeche desaparece de escena y para tristeza de muchos no se lo ve más por el centro, ahora congesitonado sin su ímpetu vehemente que pusiera orden


VI. ESPECHE DEJA DE DIRIGIR EL TRÁNSITO

De un día para el otro El Loco Espeche desapareció de la ciudad, no se lo vio más. Sus silbatazos y gritos de contención y de orden dejaron de escucharse.


La ciudad quedó incompleta; faltaba algo. Las calles quedaron acéfalas, sin vida. Lo desabrido predominó entonces ganando terreno. Lo insulso se instaló definitivamente. Espeche desapareció de escena y quedó ese vacío que aún persiste.

Con el tiempo se corrió el rumor de que nuestro agente fue agredido por un infractor siendo golpeado brutalmente de tal manera que el Loco dejó para siempre su oficio, pero en esta versión –hubo varias- había algo que no cerraba, era inverosímil, puesto que un solo hombre no habría sido suficiente para hacerle frente a Espeche. Otra versión, que se dijo luego, indicaba que fue patoteado por un grupo de desconocidos que iban en auto; al ser multados por el Loco Espeche se bajaron enfurecidos y simplemente, por diversión, le pegaron hasta dejarlo en el piso. Una tercera versión nos decía que el Loco Espeche había sido patoteado por foráneos, y que esta patota había sido traída de otra provincia contratada por un funcionario de turno que quería vengarse por haber sido tratado de mala manera por el Loco –para Espeche nadie tenía coronita-. Además de haber sido golpeado fuertemente por esta patota mandada, lo amenazaron de muerte por si lo veían de nuevo en la calle trabajando de agente de tránsito.

Esta versión, la más creíble, nos indica porqué Espeche no dirigió nunca más el tránsito. Como era una persona muy inteligente, luego de recibir esta amenaza, no lo pensó dos veces y desapareció de las calles, pues la Justicia no vendría en su ayuda o, al menos, no lo haría a tiempo y desde ese entonces no se supo de él ni se lo vio por mucho tiempo.

Al cabo de unos años, los suficientes como para estar seguro de no ser patoteado de nuevo, aparecía esporádicamente aquí y allá pero ya sin el silbato y sin la mirada férrea de otrora pues la severidad solamente la desempeñó como agente, destacándose por su amabilidad en el trato con la gente.

Sin su oficio de corazón, sin su trabajo, ya no era el mismo en cuanto a lo anímico. Era una persona que ahora caminaba con la mirada baja pasando casi desapercibido. Su sueño, su pasión, le habían sido negadas por la violencia y la extorsión, y por lo tanto la energía, el vigor y su velocidad de acción que antes lo distinguían ya no eran visibles externamente, y se lo reconocía –si de casualidad se lo cruzaba- mas bien por su estatura y su ojo tuerto.

Así es como pasó de la fama al anonimato, favorecido esto último por su condición humilde.
Ya sin poder ejercer su vocación tuvo que vivir de changas y con la colaboración de sus vecinos y amigos a los que siempre respondía agradecido. Conforme pasaba el tiempo, unos veinte años, la gente seguía preguntándose de él, prácticamente no se lo veía; así lo reflejaban los llamados telefónicos a los diarios y radios, las conversaciones familiares o entre amigos…

La penúltima vez que lo vi fue en el 2000 más o menos; lo pude distinguir a duras penas desde la ventanilla de un colectivo mientras pasaba por el Mercado de Abasto Municipal.




jueves, 22 de noviembre de 2007

DEMASIADO BUENO


Hay veces que uno se pregunta el porqué de tantas desgracias y catástrofes; el porqué de tanta impiedad de parte de los dioses que pueblan el cielo; porqué poner fin a las cosas sobresalientes que surgen en la vida si a cuanta yerba mala se la deja seguir y seguir sin ponerle tope nunca...


Sí, así es el destino, así es la planificación de este universo que nos sobrepasa en nuestro entendimiento y se manifiesta en las formas más obvias y tan expuestas; pero cuidado porque eso que hace manifiesto corresponde a una verdad enteramente incomprensible en la por ahora nuestra mente tan infantil, mente que hace no podamos apreciar claramante esas manifestaciones obvias porque tiembla al solo pretender suponer.


No nos queda otra más que suponer. Fuera de esa suposición está la realidad, y la realidad nos golpea porque vivimos en un mundo de sombras producto de la ignorancia. Realmente somos unos perfectos ignorantes que nada sabemos; el universo nos queda muy grande, de ahí lo infantil: recién estamos en nuestros albores de la existencia. Y seguramente, sin querer o pretender tirar de taquito pesimismo, cuando alcancemos la madurez, si Dios nos permite hacerlo, habremos tocado el fin, porque para qué hacerlo demasiado perfecto si la gracia está en la imperfección. La vida de nosotros los desgraciados habitantes de este planeta se trasluce en algo jugoso cuando el sufrimiento y la imperfección viene acompañándonos. Un mundo perfecto sería aburrido. Un mundo menos imperfecto sería tal vez algo que no corresponda a nuestro tiempo y que no tenemos la gracia o el permiso de gozar, según la planificación que se tiene dispuesta y que de tiempos remotos han mencionado como el Hado al que los mismos dioses no pueden escapar!


Ese mundo menos imperfecto avanza con pié de plomo y correponde a las distintas zonas de los distintos lugares del mundo.


Claudio Soto era algo demasiado bueno que estaba sucediendo en Catamarca, su labor desencajaba con el espíritu de retrotraimiento del pueblo y tal vez no era hora que suceda algo tan bueno, tan menos imperfecto que al fin resulta del futuro.


El Hado es implacable y no se hace atrás, avanza resuelto y lo hace. Nuestra labor y participación en el mundo está limitada y no es posible hacerla más allá de lo que se nos está permitido. Así volvemos a lo que nos dijo José de San Martín (por algo será):


"Serás lo que debas ser o no serás nada"

miércoles, 21 de noviembre de 2007

EL LOCO ESPECHE V

Sequimos con El Loco Espeche y presentamos "la mitica libreta", a la que todos que lo conocieron cuando Espeche trabajaba de inspector municipal, siempre se tuvo la expectativa de saber qué había allí, que escribía



V. LA MÍTICA LIBRETA

Para Espeche anotar las matrículas en la libreta era el momento de mayor solemnidad y de grandeza en el desempeño de un agente de tránsito. Era todo un rito al que le prestaba todo el tiempo y pulcritud necesarios; si bien no perdía la velocidad y diligencia, en el momento de usar la libreta, en silencio y con todo el aparato protocolar posible de un agente municipal, se paraba atrás o delante del vehículo y apuntaba a la distancia la patente respectiva trayendo la libreta muy cerca de sus ojos como si le costara ver de cerca. Concluído aquél acto sublime e inaplazable volvía a la rapidez y vértigo de antes y a esa impaciencia característica.

Esa libreta se ha transformado en algo mítico; la mayor curiosidad de todos era saber y ver en esos momentos qué era lo que anotaba ya que circulaba el rumor de que Espeche no sabía escribir.

Hay quienes afirman que El Loco Espeche hacía garabatos o trazos ininteligibles, y quienes dicen que en esa libreta, o libretas más bien, están anotadas las patentes de todos los vehículos a los que libró infracción.

Era todo un espectáculo verlo trabajar. Por ejemplo, aquél caso muy recordado cuando una turista recién llegada se estacionó con su auto en un lugar prohibido; Espeche cayó sin demora y la intimó a irse:

— ¡Señora, aquí no se puede estacionar!!
— Disculpe, agente, un segundito por favor….
Como la mujer se demoraba disculpándose con una serie de excusas, algo intolerable para nuestro agente, Espeche comenzó a gritarle y a insultarla ordenándole que sacara inmediatamente el auto de ahí. Por supuesto, la mujer abrió grandemente los ojos sorprendida por el trato recibido –al ser turista no sabía de Espeche-, y la gente, a sabiendas de lo que sucedía, ya se habían agolpado a la vuelta para ver todo detalle, pues Espeche no se echaba atrás con nadie y cumplía su labor a rajatabla sea quien sea al que se enfrentara y esto es lo que asombra a la gente.

La pobre mujer, luego de recibir una ráfaga de insultos y gritos no tuvo más remedio que retirarse y cumplir lo que nuestro agente le exigía.

Muchos se preguntarán qué es lo que había de interesante o gratificante al ver, en aquellos momentos, su accionar tan desprovisto de buenas maneras. La respuesta viene por ese lado; el Loco Espeche se salía de los esquemas monótonos de convivencia (estos esquemas –no confundir con las leyes- son muchas veces falsos y con tintes de hipocresía); su trato era franco y directo, estricto y desempeño intachables.

En esa época en que los de la década del ´70 éramos niños, cuando salíamos de la escuela, o cuando andábamos por el centro, no podíamos dejar de prestarle atención e incluso lo seguíamos porque lo admirábamos. Muchos habían, chicos o grandes, que se burlaban de él, pero esta risa burlona o esa mofa que soltaban era generada por la admiración y la envidia. Sí: envidia, porque Espeche actuaba con total libertad y franqueza, valores de los que son muy pocos los poseedores. Entonces Espeche se fijaba inconscientemente en nuestras dúctiles mentes como un arquetipo, un ideal, tal vez muy difícil de llegar a alcanzar o superar; un arquetipo el cual ha fundido en una sola cosa la pasión, el compromiso, el deber, junto a la decencia y honestidad como principios generatrices, los que en total forman un concepto, un desempeño diario. Ese arquetipo que nos causaba tanta admiración estaba ahí presente y desprovisto de arrogancia alguna, tal vez sin proponérselo, nos enseñaba con el ejemplo.

Conforme iba pasando el tiempo, Espeche se transformó en un símbolo, como parte integrante de la arquitectura social urbana de Catamarca, un eslabón infaltable de esa cadena social que se entreteje en una ciudad.

Si un pintor o fotógrafo en aquellas épocas hubiera querido plasmar en el lienzo o en el papel el espíritu de la ciudad de Catamarca, no podría haberlo ignorado y necesariamente tendría que estar Espeche en ese cuadro porque si no fuera así, ese cuadro, esa toma, sería mas bien algo incompleto.

Así es cómo se hizo famoso y llegó a ser conocido por todos ya sean chicos o grandes; como su presencia no pasaba desapercibida y su fama se extendía por todos los rincones, su accionar, su desempeño como agente de tránsito, generaba simpatías por un lado y rencores por otro. Los rencores fueron acumulándose indefectiblemente…

lunes, 19 de noviembre de 2007

EL LOCO ESPECHE IV

IV. QUIÉN ERA EL LOCO ESPECHE

Hacia mediados de la década de los ´80, en aquella época de cuando íbamos a la primaria, eran otros tiempos, otras dinámicas, otra cosa… Para los que habíamos nacido a mediados de los ´70, comenzaba la democracia, los partidos políticos eran algo nuevo y había muchas esperanzas puestas; se respiraba un aire renovado.

Cuando los alumnos de la primaria salíamos de la escuela a la tarde para regresar a las casas, al pasar por calle República frente a la plaza 25 de Mayo coincidíamos con el horario del arriamiento de la bandera, y el trompeta cuando comenzaba con el “toque de bandera”, todo el mundo, salvo unos cuantos, deteníamos la marcha o conversación y dábamos frente al mástil esperando en silencio que la bandera argentina fuese arriada. Los pocos que seguían caminando lo hacían en silencio al igual que los que iban en vehículos disminuían la marcha si es que no se detenían del todo.

Al mediodía, al igual que hoy, el tránsito vehicular era un caos y más si tenemos en cuenta que no había muchos semáforos y el orden estaba muchas veces librada a la buena de Dios pues los conductores tozudamente persistían en hacer la vista gorda a las leyes de tránsito; el bocinazo estaba de moda lo que servía a su vez de antesala para bajarse a “discutir” a golpes de puño y patadas; no existía el “Paseo de la Fe”; las peatonales de la Rivadavia funcionaban como tales sólo a la mañana y a la tarde; el gentío que salía del trabajo…

Pero en medio de todo ese smog de bocinazos, humos, gritos y rugir de motores de conductores nerviosos surgía un grito más fuerte, más contundente que esos gritos tímidos; un silbido más recio y más estridente que cualquier bocinazo o que todo eso junto: era el Loco Espeche que aparecía como por arte de magia en los lugares clave donde había más entrevero y podía producirse un embotellamiento o simplemente cuando el tránsito no era grande y la vista estaba despejada, ya desde una cuadra o cuadra y media venía haciendo sonar el silbato a todo lo que daba a alguno parado en doble fila, que eran su especialidad; y si esto no convencía al infractor o “no lo había escuchado”, además de los silbatazos y gritos emprendía veloz carrera para pillarlo con las manos en la masa. Generalmente, el infractor que le hacía frente era aquél que no le reconocía autoridad y pretendía estar a sus anchas con la soberbia y orgullo puestos en escudo para intentar retrucar las órdenes de Espeche o, en los casos más bajos, para simplemente reírse de él.

A Espeche esto no le importaba, la tozudez e inadaptación social de cierta gente (reflejado en el tránsito) eran para él un quebrantamiento de las reglas y nadie tenía “coronita”.

Ya cuando El Loco había hecho la cuadra, cuadra y media corriendo ¡pobre de aquél que persistía fanfarronamente! Espeche en el trayecto iba preparando su libreta, y sin más ni más llegaba rápidamente hacia el obstinado conductor y anotaba el número de patente con un apuro y energía destacables y luego, sin respiro alguno, iba hacia la ventanilla para gritarle una serie de apóstrofes e insultos con encendida cólera hasta que el infractor se fuera.

Justamente, los que no se movían y no reconocían autoridad alguna en Espeche (pues el orgullo es un recurso falaz) eran pescados por los “zorros” (grises hoy día, marrones en esos tiempos). Tal era el alboroto armado que si alguno andaba cerca venía en su ayuda.

Ahí estaba el punto de conflicto; Espeche por propia voluntad e imaginación pretendía ser agente de tránsito sin haber sido nombrado, pero él en su sueño era realmente un agente y cumplía horarios; era un trabajador incansable e incorruptible. Al no estar nombrado entonces no recibía salario alguno pero se decía que sus compañeros de la Municipalidad le obsequiaban presentes o comida que él consideraba suficientes para su manutención. Así como era su pasión por su trabajo eran su humildad y su sencillez.

En su accionar iba de frente con total seriedad, sin rodeos ni palabras suaves pues aquél hombre era como una voluntad férrea que quería estar presente en todos lugares al mismo tiempo para que no se le pasara nada por alto; su atención era veloz como un rayo y parecía tener ojos en la nuca porque mientras tomaba nota de una matrícula ya estaba divisando a dos tres pícaros en la esquina opuesta y salía disparando con el pito a la bulla para advertirles a la distancia y corría de aquí para allá incansablemente.

Si bien las multas que Espeche anotaba en su libreta no tenían valor como Acta de Infracción su sola presencia era más pavorosa que un Acta verdadera, su rostro severo y su ojo tuerto achicharraban al más valiente que estuviera solo y cuando comenzaba a gritar porque se le hubiera acabado la paciencia parecía un trueno y ese trueno caía de frente mirando a los ojos, largando rayos de a miles y no retrocedía ni se amilanaba ante nadie pues Espeche se fundaba en su autoridad la que pretendía hacer acatar al instante sin preámbulos ni demoras y no había excusa que aplacara su ímpetu; esto a la larga lo iría a perjudicar al ir cosechando enemigos debido tal vez al odio generado por los orgullos heridos y más cuando estos infractores reincidían obstinadamente: así como eran constantes en no cumplir las normas de tránsito, con mayor constancia caía nuestro agente sobre ellos todos los días.

jueves, 15 de noviembre de 2007

CLAUDIO SOTO, se nos fue un grande



Desde el 3 de Noviembre estamos sin Claudio, el arte y la cultura en Catamarca han recibido tremenda golpiza con su fallecimiento pues las Parcas no tan sólo han cortado el hilo de su existencia, sino que además han cortado la labor prodigiosa e incansable que venía desplegando como actor y director de teatro, labor que estaba otorgando al teatro local una proyección y expansión a nivel nacional e internacional como nunca antes se había logrado.
Pronto comentaremos más al respecto.
Aquí lo podemos apreciar en Madame Butterfly (centro de la foto), última obra que actuó (pues dirigió en Ahhhh... y Tartufo, entre otras ) en el Teatro del Sur dentro del marco del último Festival Internacional.


miércoles, 14 de noviembre de 2007

EL LOCO ESPECHE III

La carta completa sobre El Loco Espeche fue publicada por el diario El Ancasti dividida en tres partes los días 11, 12 y 13 de noviembre del 2.007; aquí ponemos a disposición el 3º capítulo (son 7 en total):
III. INCERTIDUMBRE Y DESCUBRIMIENTO

En se momento llega mi médico a quien estaba esperando. Lo saludo y le comento el motivo de mi consulta. Si bien mis palabras estaban dirigidas hacia él, mi atención no se había despegado un segundo de aquella persona que en ese momento pedía mesa por mesa unas monedas. Justamente, cuando lo veía ingresar al bar empujando el portal de vidrio, su rostro y su mirada me traían remembranzas de alguien, pero ese gorro de lana que le tapaba la mitad del rostro me impedía identificarlo rápidamente. Por el contrario, la certeza de conocerlo crecía más y más cuando lo miraba a los ojos, pues en los ojos está el sello de la persona, su historial, su esencia. El rostro o la contextura física sufren con el tiempo grandes cambios y guiándonos solamente de ello no basta para identificar a alguien que hace diez o veinte años no vemos.
Su aspecto, desde un primer momento, no decía nada relevante: era una persona como cualquier otra, pero su ojo izquierdo –el que tenía destapado-, su mirada, me decía todo: era alguien importante, de mucha significancia. Lo tenía que descubrir.
Así, con esa gran incógnita, con ese peso arrollador de la necesidad de saber quién es, traspuso la puerta del bar, como vimos, siendo vigilado por mi curiosidad y atención constante.
Cuando este hombre comienza a pedir entre las mesas el gorro se le corrió un poquito de lugar y se podía ver, aunque muy poco, que ese ojo tapado lo tenía maltrecho y de seguro era tuerto pues el párpado lo tenía caído y no llegaba a distinguirse su pupila; y así, todo el costado derecho de su rostro también estaba como caído, efecto que favorecía su languidez, pero que eficazmente el gorro obstruye su observación.
Este detalle importante de su ojo tuerto me permitió escudriñar aún más en mis recuerdos y estar casi seguro de quién era esa persona. Pero como aún me mantenía en la duda, vinieron otros detalles igual de importantes en mi ayuda. Estos detalles eran la forma de conducirse, la forma de dirigirse hacia las personas, y el carácter vehemente de su porte, carácter que contrastaba con su actitud sumisa, educada y humilde.
De pronto se hizo la luz en mi mente y desapareció la duda. Supe quién era. La tranquilidad y alegría sobrevino a mi espíritu pues era una persona querida, muy estimada y hace años no sabía de él. Ahora estaba ahí, a unos metros…
Con esa alegría que trajo la luz del recuerdo y con una sonrisa de oreja a oreja le pregunto a mi médico, interrumpiéndolo y tuteándolo pues es de mi confianza:
— Mirá –señalándole al hombre-, ¿aquél no es “El Loco” Espeche?
El médico lo mira unos segundos y luego me pregunta, en vez de responderme:
— ¿Quién es “El Loco” Espeche?
— ¿Cómo? ¿No lo conocés…?
— El agente de tránsito…, el que trabajaba mañana y tarde… y veíamos al salir de la escuela y andaba con el silbato a la bulla…
— No, la verdad que no…
En ese momento, totalmente sorprendido, me di cuenta de que mi médico de cabecera es joven y mucho más chico que yo y por lo visto no llegó a conocerlo.
— Ah, claro –le dije-, eras muy chico…

domingo, 4 de noviembre de 2007

SIMÓNIDES, en Ben-Hur

Escuchemos al viejo sabio Simónides que postrado y con todos sus huesos rotos dice desde su silla rodante:

" La inteligencia es un fuerza que nunca se malgasta"
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sábado, 3 de noviembre de 2007

LEWIS WALLACE, BEN-HUR


Hojeando a Lewis Wallace en Ben-Hur vamos a transcribir algunos fragmentos que nos parecen muy interesantes; aquí va el primero:

"...La infelicidad y mísera condición de los pueblos
no la provoca
la clase de religión que cada cual profesare;
sino que proviene del mal gobierno, de las usurpaciones y de las incontables tiranías.
El averno en que lo hombres se sienten sepultados y del que imploran se les liberte, es total y esencialmente de índole política."